Hace unas semanas me animé a «asistir» a un curso virtual, de doce horas de duración, titulado
«"Community management" para traductores», organizado por ATRAE (asociación de traducción y adaptación audiovisual de España). Las profesoras —Sira Jodar y Marta Molas— son expertas en comunicación y trabajan como «community manager» para distintas empresas.
En aquel momento no tenía muy claro en qué consistía el trabajo de un «community manager» (traductores de la sala: ¿cómo se llama este trabajo en español?), pero sí que tenía que ver con las redes sociales, con la marca de una empresa, con cuentas de Twitter y, sobre todo, que en algunas páginas de empleo son uno de los tipos de profesionales más solicitados en la actualidad.
Y como soy adicta a los talleres virtuales, pagar por internet es demasiado fácil y quiero estar mínimamente informada de qué se cuece en el mundo 2.0, me inscribí.
Fue uno de los talleres más interesantes a los que he asistido hasta ahora. El curso se dividía en tres jornadas de cuatro horas cada una, que se sucedían en un pispás (esta palabra existe; está en el diccionario de la RAE). Las profesoras se turnaban en la explicación del contenido, muy práctico y dinámico, con profusión de ejemplos y referencias para que pudiéramos ampliar la información tanto como quisiéramos.
Aunque el tema de fondo que nos llevó hasta allí era cómo atraer más clientes y ganar más dinero, los asistentes nos encontramos inmersos en una nueva manera de concebir el mundo y de entender el espacio que cada uno ocupa en él. Ya no se trata de enviar
curriculum vitae a diestro y siniestro (que si funciona, adelante) o de vestirnos con traje y corbata e intercambiar tarjetas de visita con nuestro semblante más serio y profesional (que si funciona, también vale, claro); se trata de encontrar un lugar —o, más bien, crearlo— en el que nos sintamos cómodas como personas, y no solamente como traductoras (correctoras, intérpretes, etc.); en el que podamos expandirnos, crecer, aprender, fracasar y reinventarnos como personas que no solo son profesionales en un único ámbito profesional, sino que quieren dar rienda suelta, explorar y profundizar en los distintos intereses y facetas de su personalidad, en toda la amplitud de experiencias que la vida nos ofrece.
Suena más a filosofía que a «marketing», ¿verdad? Bueno, de algo de eso se trata.
A mí me pasa: yo tengo varios intereses; en realidad, siempre tuve multitud de intereses, pero con la edad he aprendido a centrarme en los tres o cuatro que realmente me apasionan. Tengo una página web que se titula
La correctora, pero también trabajo como traductora y como intérprete de conferencias; a veces, incluso imparto talleres (otra faceta, la de hablar en público, que también me apasiona). No podría decantarme por ninguna de ellas en detrimento de las demás.
Pero es que además me fascina el Chi-Kung y, en la actualidad, estudio para ser monitora de este arte marcial en algún que otro rato libre. Y soy una apasionada de nutrición que organiza conferencias de cocina macrobiótica en Palencia y se acaba de inscribir en un curso de un año de duración sobre nutrición energética. Y una lectora ávida de cualquier artículo que tenga que ver con modelos educativos alternativos... Y alguna cosilla más.
No podría dejar la corrección y la traducción (lo he intentado varias veces, pero nunca lo he conseguido...) para dedicarme solo al Chi-Kung, ni viceversa.
¿Cómo hago a la hora de «crear mi identidad digital»?
Bueno, me contestó una de las profesoras, no tienes que escoger una sola área y extirparte las demás; cada vez es más común decir «soy arquitecto y cocinero».
Es otra forma de pensar.
Sí; hablamos de las distintas plataformas de redes sociales (Facebook, LinkedIn, Twitter, YouTube, Google+, Foursquare, Pinterest, Tumblr, Instagram, Flickr, Traditori, Langmates, Xing, ProZ,...) y departimos sobre webs y blogs, por supuesto. De hecho, la última jornada estuvo compuesta por un repaso, muy útil, de nuestras estrategias de identidad digital y de lo que podíamos mejorar en ellas.
Por ejemplo, descubrí por qué este blog, con apenas trece entradas, tiene más de 15.000 visitas: los títulos de las entradas son muy descriptivos. Cuando alguien tiene una duda con el leísmo (y parece que cientos de personas la tienen cada día), escribe «leísmo, laísmo, loísmo» en Google y allí, antes del final de la primera página de resultados, aparece mi entrada «Leísmo, laísmo y loísmo». Prometo que no sabía nada de buscadores y CEO ni cosas por el estilo cuando empecé con este blog; de hecho, pensaba que mis títulos eran demasiado aburridos y poco originales. Ahora que lo sé, como podéis imaginar, no pienso cambiar nunca de estrategia...
Hablamos mucho de crear una comunidad de seguidores, a la que no solo les hablas de lo estupendo que eres (es más, casi nunca se lo dices), sino a la que cuentas cosas relacionadas con la profesión, con aquello que puede interesarles; con la que, de algún modo, estableces un vínculo «afectivo» (en su versión virtual). Los blogs más leídos de las marcas más famosas, nos dijeron, Coca-Cola, por ejemplo, no hablan del producto; hablan de cualquier otra cosa y mantienen el interés, la participación y el apoyo dentro de su comunidad.
Olvidémonos de la palabra «marketing», que ya está obsoleta (esto lo digo yo; la responsabilidad que se derive de este comentario recae enteramente sobre mí). Y, sencillamente, participemos en la comunidad virtual (o no virtual, agrego también) con la totalidad de nuestro ser. Todos seguimos a grandes «conversadores» en Twitter, ¿de qué hablan?, ¿qué tuitean? ¿De qué podemos hablar nosotros que nadie más sabe? Pensemos en nuestros intereses y combinémoslos: yo sé algunas palabras específicas de macrobiótica que otros traductores o correctores no conocen, por ejemplo.
Pensemos en quiénes somos, preguntemos a nuestros conocidos qué piensan de nosotros y qué creen ellos que nos interesa (la mirada ajena suele ser muy reveladora, si tenemos coraje para aceptarla), consultemos con lo más profundo de nosotros mismos qué nos gusta hacer. Se trata ni más ni menos de aquello a lo que dedicaremos la mayor parte de nuestra energía vital, a lo largo de toda una vida de más de ochenta años.
Todo esto que nos da vergüenza explorar de nosotros mismos es lo más valioso que tenemos: nos hace originales y únicos y, en términos económicos (para no desviarnos demasiado del interés inicial con el que nos inscribimos en el curso), supone un valor añadido. Ya no se trata de «sobresalir», que es un término competitivo. Se trata de crear tu hueco, encontrar tu especificidad y enseñar tus talentos al mundo. Tal vez se acerquen menos clientes, pero los clientes que lo hagan sabrán que no encontrarán otra persona que pueda hacer tu trabajo como tú lo haces.
Las profesoras crearon un curso tan «expansivo» que los asistentes nos encontramos absortos ante las puertas de un mundo nuevo y desconocido.
Hay mucha información que podéis encontrar fácilmente en internet (si alguien quiere, puedo copiar algunos enlaces), pero la aventura de descubrir un mundo nuevo es difícil de transmitir.
Gracias a Sira y a Marta, y a todos aquellos que comparten, enlazan, copipegan, mencionan, remiten, exploran, encuentran,...