martes, 5 de junio de 2012

Traducción de literatura infantil

Ya se sabe que los traductores y correctores somos seres obsesionados con el lenguaje.
«Obvio, mi querido Watson», diría Sherlock Holmes, «cada profesión tiene sus manías».
Que no podamos ver una película subtitulada sin quejarnos de la traducción no es un tópico; es una realidad que padecemos en silencio para no hartar a nuestros acompañantes. Como tampoco lo es que no podamos leer un libro sin fijarnos en la tilde que alguien se olvidó, o que —en el caso extremo que una correctora me confesó— puntuemos mentalmente el discurso de nuestro interlocutor.

Pero ¿qué pasa cuando un lingüista tiene hijos y no puede por menos que admirar embelesado cómo el lenguaje se abre camino en una nueva criatura? El aprendizaje del habla tiene un mecanismo extraño. A excepción del verbo, que siempre aparece al final de la frase, mi hija ordena los complementos de forma correctísima. Aún no tiene claro cuándo es «hoy», «este finde», «ayer» o «esta semana», pero los intercambia siguiendo la normativa más estricta de la Real Academia.

La desazón de una madre traductora empieza —y no termina— cuando compra los primeros libros con muchos dibujos y poco texto: esos pequeñitos, cuadrados casi siempre, de tapa dura, que muestran a otros niños corriendo, saltando, lavándose, sonriendo siempre...
Olvidémonos de la moralina que encierran muchos de estos cuentitos aparentemente inofensivos porque no es el tema de esta entrada ni de este blog y centrémonos en el lenguaje que emplean, en el «español» (entre comillas porque de español solo tiene las palabras) al que ha sido traducido. Sí, soy una experta; llevo años trabajando como traductora y puedo «oler» la estructura foránea del texto original inglés —principalmente, estadounidense— que impregna cada frase de estos libritos.

Ejemplos.
En un libro titulado El oído de una serie sobre el cuerpo humano leo: «Puedo oír a los perros ladrar en el parque». Son palabras españolas, es cierto; tiene todo el aspecto de ser una frase en español, pero ¿se expresaría así un español nativo? ¿No diría algo como «Puedo oír a los perros que ladran en el parque»?
O si tomamos la frase que aparece en la hoja siguiente: «Dirigen las orejas para oír todo lo que pasa a su alrededor». ¿No diríamos algo parecido a «Mueven las orejas hacia todo lo que oyen alrededor»?

En otro librito de la misma serie titulado Cuido mi cuerpo, leo: «Así que salgo a divertirme con mis amigos en el parque». La expresión que espero oír de la boca de mi hija en un futuro es: «Así que voy al parque a divertirme con mis amigos».
Unas páginas más adelante sigo leyendo: «En la playa cuido mi cuerpo con crema para mi piel y un gorro para mi cabeza». Ay, a estas alturas ya no puedo con el afán de posesión de estos niños dibujados; empiezo a inventarme el texto que leo a mi hija e improviso algo como: «En la playa me cuido el cuerpo poniéndome crema en la piel y un gorro en la cabeza».
Siguiente página: «En casa, cada día, cuido mi piel y mi pelo con un baño caliente y cepillo mis dientes». Que yo leo a mi hija como: «En casa, cada día, me lavo la piel y el pelo con un baño de agua caliente y me cepillo los dientes».

Cojo otro libro de la misma serie con cara de preocupación mientras pienso si no sería mejor hacerla desaparecer entera; este se titula La piel. Leo: «Cuando hace calor, la piel de mi cara se pone roja y me refresca con el sudor». Traduzco: «Cuando hace calor, la piel de la cara se me pone roja y el sudor me refresca». Sigo leyendo: «Con el frío, tengo piel de gallina y me protejo con un jersey». Sigo traduciendo: «Cuando hace frío, se me pone piel de gallina y me abrigo con un jersey».

Debería terminar esta entrada aquí porque, a estas alturas, ya todos entendéis de qué estoy hablando, pero no puedo evitarlo. El siguiente libro que abro se titula El cerebro. Frase: «Mi cerebro ordena al pie dar una patada al balón». Dejando de lado que no me acaba de gustar esta filosofía subyacente de tener un ente (en este caso, el cerebro) que manda sobre mi cuerpo como si ni mi cuerpo ni mi cerebro formaran parte de mí, dudo si cerrar el libro definitivamente y pronuncio: «Mi cerebro ordena que el pie dé una patada al balón».
Pero ¡qué detalle al pasar la página! «Mi cerebro recuerda el cumpleaños de mi mamá». Aunque yo preferiría que fuera mi hija quien lo recordase...
«A veces mi cerebro me pide que haga cosas sin querer», ¡qué horror! ¡no quiero asesinar a nadie y que me internen en un psiquiátrico!, «como bostezar, estornudar o hipar»... ah, era eso...
«Mi cerebro me despierta por la mañana», ¿por qué inventaron los despertadores?, «y me recuerda que desayune», no quiero imaginar el día en que no lo haga; ¿elegirá él también si quiero té o café, tostada o croissant?
«Mi cerebro se aburre si no aprende cosas nuevas cada día»; ay, dios, encima tengo que estar entreteniéndolo para que no se aburra...

Aún me quedan por comentar frases de La lengua, La vista, La nariz y El cuerpo por dentro, pero no creo que sea capaz de volver a leerlos.
Creo que mejor los hago desaparecer, no vaya a ser que mi hija aprenda a expresarse así y, además del desfase generacional, tengamos un profundo desfase lingüístico dentro del mismo idioma.

8 comentarios:

  1. Da grima, de verdad. Lo de los posesivos me tiene muy muy desquiciada.

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    1. Pues me temo que se nos están colando por debajo de la puerta...

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  2. El español no es una lengua amenazada por la interferencia de otras lenguas ni tampoco por un declive en la enseñanza. Esa amenaza está más viva en algunas zonas latinoamericanas de fuerte influencia cultural estadounidense, pero no se justifica en España. Lo que sí ocurre es que uno percibe que su español es EL español, cuando en realidad es un continuo inaprensible, variable en el tiempo, en el espacio, en los estilos y en los niveles sociales. Nuestros hijos hablarán españoles distintos unos de otros, y distintos de los nuestros, pero no lo bastante para que dejemos de entendernos si hay comprensión a otros niveles. Ni lo bastante anglicado para que se extinga la idiosincrasia de la lengua.

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    1. Es cierto que el español como lengua no se encuentra amenazado, pero sí creo que un traductor tiene la responsabilidad de conocer "íntimamente" las peculiaridades del idioma al que traduce y percatarse de las construcciones sintácticas foráneas que él mismo no emplearía si estuviera creando el texto.
      Después de vivir cinco años en Argentina, aprendí que el español es un idioma muy rico y variado, y que hay "influencias" idiomáticas que lo revitalizan, por ejemplo, la facilidad para crear palabras nuevas heredada del inglés, que es mucho más patente en Hispanoamérica que en la Península Ibérica.

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  3. Yo iría más lejos con lo del "Puedo oír a los perros ladrar en el parque". En inglés se usa el verbo "can" con los verbos de percepción (see, hear, etc) para expresar lo que con otros verbos se expresa con el "presente continuo", o sea, acciones no habituales sino que se desarrollan en el momento. Dado que la traducción al español del presente continuo es la mayoría de las veces un presente de indicativo sin más, yo traduciría la frase por la más simple "Oigo a los perros que ladran en el parque (o "...ladrando en el parque").

    Un saludo desde Barna.

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    1. Hola Marcos:
      Qué alegría "verte" por aquí, ya que en persona hace tiempo que no nos vemos.
      Tienes toda la razón: la que tú das es una traducción mucho más correcta. Me la anoto, con explicación incluida, para la próxima vez que un cliente me diga que me he olvidado de traducir el verbo "can". (No es broma; esos comentarios son los que terminan acabando con el amor por la profesión).

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  4. Hola, Carmen:

    Acabo de leer una entrada de Amazings que me ha recordado a los libros de tu hija. Con este comentario doy fe de que mi cerebro (¿o yo?) ha establecido esa asociación:
    http://amazings.es/2012/07/10/elena-hace-sus-deberes/

    ¡Un saludo y felicidades por el blog!

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    1. Hola Miguel:

      Me alegra saber que has pasado por aquí.
      Además, después de leer la entrada que mencionas, ya tengo respaldo teórico para seguir sosteniendo que no solo la traducción, sino la misma redacción de esos libritos, es totalmente errónea.

      Un abrazo,
      Carmen.

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